La mariposa avanzó revoloteando sin prestar atención a la suave brisa que ondulaba sus alas. Volaba aquí y allá, contenta de vagar sin rumbo fijo, sin más necesidad que formar parte de aquella brisa que le acariciaba suavemente mientras avanzaba tranquila, sin prisa, con las alas muy abiertas. La pequeña mariposa era muy joven. De oruga a crisálida había permanecido, dentro de su silencioso y pesado capullo durante un tiempo que parecía no tener fin, quieta, paciente, esperando a que llegase el momento de salir de su prisión, desplegar las alas y volar hacia lo más alto. Y ese momento ya había llegado. Revoloteó en círculos, se encontró con alguna que otra mariposa y se mantuvo alerta ante los posibles depredadores o por si una ráfaga intensa y repentina de viento quebraba sus alas finas y transparentes, y le hacía caer al suelo. De vez en cuando, tenía visiones de otra vida, de otra forma. Parecía una vida mucho más pesada y laboriosa. Sin embargo, ignoraba todas esas visiones interiores tan perturbadoras y se limitaba a hacer lo que hacen las mariposas sin pensar, sin motivo, sin más objetivo que ser lo que se es: una mariposa volando libre. El día se tornó noche y la mariposa puso rumbo al árbol en el que había pasado su larga etapa de oscuridad. Antes de llegar a su destino se detuvo en seco. El hombre se encontraba acostado sobre la cama, desconcertado, ensimismado, aturdido. La vida de la delicada mariposa le había parecido muy real. Ya había amanecido y a sus oídos llegaban los sonidos del pueblo. Escuchó el chirriar de las puertas al salir de los excusados, el grito repentino de un niño, el ladrido de un perro, los pasos incansables de un buey en el campo guiado por su soñoliento amo. Percibió los sonidos de los fuegos que se estaban encendiendo, de las teteras y de las ollas de arroz con que sus vecinos preparaban el desayuno. Permaneció acostado mucho tiempo, inmóvil. Sólo su estómago subía y bajaba al compás de la respiración, lenta y profunda. Su sueño, si es que había sido un sueño, le parecía muy real. De hecho, había experimentado la sensación de ser una mariposa; percibió la brisa en las alas, se sintió transportado en el aire tan ligero como una semilla, y pensó sólo lo que piensan las mariposas. Sin embargo, allí estaba, de nuevo en su cuerpo humano, de regreso en el mundo de la causa y el efecto. Pero ¿cuál era la auténtica realidad y cuál era el sueño? ¿Él mismo como una mariposa, o como un hombre esperando a que la llegada de sus alumnos, con sus preguntas incesantes, le hiciese volver al mundo real? ¿Cómo podía saber que lo que estaba experimentando en aquel preciso momento no era el sueño, que en realidad era una mariposa viviendo una sencilla existencia de mariposa, sin ataduras y formando parte del gran mundo natural del Tao? Y entonces sonrió, todavía a oscuras. En el fondo, no importaba si era un hombre soñando que era una mariposa, o si era una mariposa soñando que era un hombre. Él sabía lo que sabía y también lo que no sabía. Eso era lo que le mantenía durante los días y las noches de su vida humana. Lo que sabía o había experimentado durante su vida de mariposa también estaba allí, sólo que fuera del alcance de su visión. Estuvo a punto de dejar escapar una carcajada. Se imaginó qué pasaría si compartiera todos aquellos pensamientos con sus alumnos. Podía adivinar la expresión de sus rostros mientras les explicaba que no estaba seguro de si lo que experimentaba en su vida humana era más real que lo que sentía en su vida de mariposa. Se incorporó lentamente, estiró los brazos como si fuesen las alas de una mariposa y comenzó su jornada. CHUANG TSE |